DE LAS COSAS Y EL HOMBRE
por
Rafael Millán

I.
POEMAS DEL
ENFERMO

Fiebre
Juego
Noche oscura
Insomnio
Dolor
Anestesia total
Solitario
Cansancio
Siempre silencios
II.
PALABRAS Y
GATO

Cuando decimos
Gato (I)
Difícil
Gato (II)
Cuida bien
Gato (y III)
Calla
El silencio
Poemilla
Nombres
III.
DE LAS COSAS Y
EL HOMBRE

Fantasía cromática
Cosas pasadas
Movimiento
Tarde
Alta mar
Naufragio
Pasado
Diosa
Disculpas
Fuente seca
Bem-te-vi
A la Imprenta
Regreso de Avila
Monja en la ventana
Baeza
Castro del Río
Tríptico de la Primavera
Villancico
Mudos
Sequía
Recuerdo
Cazadores
Inicio



RAFAEL MILLÁN, nació en Castro del Río (Córdoba) el primer día de noviembre de 1919. Muy joven aún, a los diez años de edad, entró de aprendiz en una de las dos imprentas que por entonces había en su pueblo natal —llamada La Gutenberg— donde, guiado por su maestro impresor, Miguel Morales, aprendió no sólo principios de tipografía sino de otras disciplinas que, más tarde, ampliaría por su cuenta.

La guerra civil española (1936-39) trastornó por completo la vida de su familia y la suya propia, viéndose obligados —él, sus padres y su hermana— a dejar su casa y su pueblo en inminente peligro de caer en manos enemigas y, con millares de refugiados, ir andando a través de la tierra andaluza hasta que un tren providencial y lento los dejó en Madrid. Los tres años de la tragedia española los pasó parte en el frente madrileño —el Madrid del «¡No pasarán!»— y en el de Toledo; cuando la paz llegó, el soldado vencido —después de pasar corto tiempo en un campo de concentración— tuvo que incorporarse al ejército vencedor en el que permaneció varios años, años en que murieron su madre y su padre.

Lector infatigable, estudioso independiente, Millán alternó su vida de trabajo con la preparación para algo más substancial. Y mientras fue tipógrafo, o encargado de sección o regente de imprenta, o jefe de producción de una importante firma editorial, escribió, pensó...

En 1952 vio la luz su primer libro —Hombre triste—, después de haber fundado Agora, Cuadernos de Poesía, a los que siguieron las colecciones de libros poéticos Agora, Neblí y Lazarillo, también fundadas y dirigidas por Millán; y El laberinto, cuadernos de poesía.


I

POEMAS DEL ENFERMO

Hueso que te copo en parte
Rroelo con sotil arte.

Alfonso Alvarez de Villasandino

Fiebre

El poeta despertó con una rosa
en la mano.

De los dobleces del sueño la traía
y, maravillado,
por la tierna raíz del milagro preguntaba.

(Por su aire adentro le oyó la mañana
sus interrogantes maduras de sorpresa,
de enajenamiento).

Más tarde, la rosa, envuelta en silencio,
fue lentamente regresando al sueño
de donde naciera.

Juego

Como en un tonto juego,
como si fuese un tontear el juego
de la vida y de la muerte,
a veces el dolor sorprende al hombre
con las artimañas del que sabe
herir a destiempo.

(Siempre es a destiempo llegada
la mueca,
la espantada postura forzada que clava
miembros en el aire).

Y no sirve esconder bajo el ala
la salud y el gozo,
con su hálito perverso
y la falacia como paso venenoso
el dolor nos penetra
la armazón sorprendida y un día
malamente amanecemos.

(Y un día malamente amanecemos
al borde de insospechado abismo.
O tal vez hundidos
en el fondo de una noche).

Noche oscura

Hay una noche oscura del recuerdo.
Hay una noche oscura en los sentidos.
Hay una noche oscura de miserias
en los momentos más alegres.
Hay una noche oscura en cada hora
en que se vive y muere pese a todo.
Hay una noche oscura si se miente
y una noche oscura si se calla
y una noche oscura si caemos
en palabras estériles, vacías.
Hay una noche oscura que acechante
siempre lo cubre todo.
     Pero en ella está la raíz donde arde
vivo y claro día.

Insomnio

Apoyado en nada,
todo limitado del peso de ausencias
imposible se hace mantenerse
con el increíble equilibrio de los justos.

No es que la boca diga, que gestos indiquen,
que cualquier cosa revele
furias como ácidos;
ni que vísceras duelan más de lo que solían
—oh frío frío frío dolor—,
es que la deidad traidora acecha
con sus múltiples filos
y, uno a uno, los caminos todos
que llevan al sueño
son por ella cortados inapelablemente.

¿Qué hacer de la noche
desmesurada y sin soporte?
¿Qué hacer con el vacío que sólo puede
henchirse
de manante sueño como tibia leche
de la grande ubre nocturna?

Apoyado en nada
—pasan horas como lentas letanías aburridas—,
espero el día.

Dolor

Cuando llega, felinamente artero,
desprevenidos estamos.
Puede pensarse en él a todas horas,
su helado silbido conocer,
pero cuando llega con garras y dientes,
desprevenidos estamos.
Y nuestra entereza de súbito es talada
como un bosquecillo de flébiles arbustos.
La lágrima, blandamente agria,
asoma su brillo y espera,
paciente junto a nuestra espera,
por si su presencia, total como un ay,
fuese necesaria
(hay dolor tan fuerte como mil dolores).

Es inútil aguardarlo,
la vigilia puede ser infructuosa:
sólo una cosecha de temor y miedos.
Mejor sustraerse, pensar en Ann Arbor,
en los verdes campos de la Pennsilvania,
en Málaga, en Cuenca, en las olorosas
tascas cordobesas...
Y cuando ya estemos a orillas de todo,
el dolor vendrá
     —sorprendentemente—.

Anestesia total

No sabría decide cómo el aire
es en esta tarde en que el otoño
finge ser alegre para darme
un motivo de contentamiento;
no sabría, no, cómo contarte
que intimida, encoge, la inminencia
de perder la noción de plena vida,
de saber que el limite se acerca
entre ver tus ojos y el no verte.
ajeno en voluntad y pensamiento,
enajenado el cuerpo, los sentidos,
lejos y tan cerca del dolor,
lejos y tan cerca del presente
a tu lado, contigo...

Que me tienes al lado, pese a todo,
tras la hábil artificiosa muerte
que el hombre creara para el hombre.

Ya de vuelta, todo dolorido,
todo confundido de memorias
enredadas como mis raíces,
vivir en tu presencia con la mía
es la verdad que admito como cierta.

Solitario

Extrañas cataratas de notas,
plenilunios sensibles.
     (Anda diciendo tu madre...)

Cuando el alba tiene sueño
los colores son niños.
     (... no quiero que me desprecies...)

Y el gato rompe silencios con su voz
de noche hambrienta.
     (... anda diciendo...)

Están las cosas sobre el alma
como en mercado de inútiles trastos,
y él te aguarda en la mesa como un niño
que quiere juguetes sorprendidos
a solas.
     (La niña se está lavando...)

Ah la noche con sus múltiples
esquinas como acordes,
con sus oscuras previsiones...
     (... ha recibido la morenilla..)

El coñac tiene finos dientes como espirales
y saluda en sombras al devoto de su culto.
     (Ay, ay,, aaaaayyy...)

Café, noche, coñac,
noche, noche, noche...

Cansancio

Caía en el sueño como en una
blanda densidad de extraña hambre;
sabía que al final de la incerteza
del dormir o no, del reposo o la ortiga
hiriente en los ojos,
estaba la futura mañana agostada
o el día jovial, puro y refrescante.

Mas era imposible calmar nervio a nervio,
desechar visiones, borrar pensamientos,
disolver las horas con la indiferencia
con que vemos pasar ante la vista
las nadas insignificantes.
Y los ojos, queriendo ser durmientes,
lucharon contra sí hora tras hora.

La mañana fue llegando como sucia
vidriera en derredor; el aire era
pesado lienzo húmedo de sueño,
y mientras deambulaba por el tiempo
en tránsito a otra noche prometida,
ansia de llorar bostezos fluía
de mi cuerpo cansado como un mundo.

Siempre silencios

Siempre habrá silencios escondidos
en los recónditos pliegues de las horas.
Yen cada atardecer de nuestras vidas
nacerán más silencios sin respuesta.

Caerán presencias como maduras hojas
de árboles inútiles dormidos: testigos
ausentes e imprecisos,
muerta memoria derramada en vano.

Estrangulamos presentes al deseamos
futuros ríos de savia desbordada,
estrellada cantiga sobre el duro
y adusto corazón ajeno.

Y mañana será un llegado hoy
con nuevos filos de silenciosos miedos,
con estrenadas indecisiones tontas
y lágrimas tan frías como un acaso.


II

PALABRAS Y GATO

Pienso en ésto, no como quien piensa,
sino como quien no piensa.

Fernando Pessoa

Cuando decimos...

Cuando decimos,
por ejemplo,
corazón, cuando decimos
mañana, casi siempre
queremos decir
algo muy diferente.

O cuando decimos,
es otro ejemplo
eternamente
o levísimo,
queremos decir
algo muy diferente.

¿Por qué no decimos
lo otro?
     ¿Por qué
decir lo que no estamos
«diciendo»?
     ¿Por qué
decimos
algo muy diferente?

No juguemos, no,
con la vida como
si nada importaran
las palabras;
digamos
eternamente
o levísimo,
mañana o corazón
pero sepámoslo pesar,
medir.
    No diciendo
algo muy diferente.

Gato (I)

Gato,
misterioso y cariñoso
gato mio,
¿por qué huyen los pájaros
al verte?
¿Acaso la fiera
que en ti vive,
los asusta?

Cariñoso,
tierno gato
mio,
vive en paz con tu misterio
y con ellos
—que vuelan sin porqué—
como conmigo.
Déjalos
irse.

Difícil

Es difícil saberlo.
difícil saber
a ciencia cierta.
¿Dónde comienzan las cosas?
¿Y los pensamientos?
La mano puede
llegar hasta aquí
o allí,
pero, ¿dónde la mano
que limite pesares?,
¿dónde el círculo ileso
que limita,
que nos limita?,
¿hasta adónde podemos
llegar
y desde dónde?

Es difícil saberlo,
difícil saber qué
tiene esa flor
en su cerebro,
qué piensa ese gato
desde sus maullantes
raíces.

¿Qué hacer? ¿Resig-
narnos?
¿Qué podemos emprender,
qué cruzada, contra
esta ignorancia?
Pensemos un poco:
como gente seria
.........................................
Tal vez conveniente
sea no hacer nada.

Gato (II)

Este gato tiene
ideas que huelen
como viejos rastros.
Tal vez ascendientes
suyos
le fueran adobando,
labrando,
vital ruta.
¿Por qué no? ¿Qué
sabemos nosotros
de antepasados felinos,
de la parentela lejana
de este gato?

A veces me mira
enemistosamente;
otras, parecen sus ojos
gemelos de los míos.
Y —misterio— pienso,
¿tendremos algo eterno
de común? Este gato
—esta piel, estos huesos,
este cuerpo—, tiene
algo divinamente humano.
O animal.

Cuida bien...

Cuida bien de ellas.
No las dejes caer
descuidadamente.

Puede que la dulce amargue al punto
de hacerse insoportable.
Puede ser que si nace sin espinas,
desgraciadamente utilizada,
acabe estilete.

Son frágiles e inciertas
—vilanos de música y aliento—
si las sueltas
amor, esperanza, otra vez amor
inadecuadamente.

Una flor puede ser sugerida,
vista, perfumarnos puede,
si pronunciamos su nombre
con la misma sincera ingenuidad
con que respirar solemos.

Puede venir a nuestro lado alguien,
con solo desearlo
invocando su nombre con dulzura,
si pensarnos que es posible todo
lo pensado con palabras ciertas.
Tus palabras cuida;
son débiles si falsas.
No las dejes caer.

Gato (y III)

Supongamos que hay un cielo para gatos.
En él descansa mi amigo, así lo creo,
gozando de la vida perdurable
a la diestra de dios-padre-gato.

El tuvo siempre alba el alma
como la piel que le envolvía,
como página limpia de malicia
o limpio pensamiento infantil.

Y ahora, ya en posvida, pace calma
libre de dolores y de miedos,
mas no de memoria, y os aseguro
que somos recordados por él siempre.

Calla

Nos puede hacer falta, calla;
puede sernos necesaria
y, si la malgastamos ahora,
no tendremos nada.

(Hablo de la palabra
necesaria para...
Necesaria).

Inútil será, vacía
la palabra
a destiempo vertida,
derramada
como agua.
Como agua sucia
derramada.

Es mejor guardarla
y traerla limpia,
clara como el agua
clara,
a los labios que la esperan
cualquier bella mañana.

Calla ahora,
calla.

El silencio

Se me ha caldo
de las manos.

Mira allí, mirado
cómo brilla
en pedazos.

Caído. Caído
de las manos.

Y es inútil,
tontamente inútil
restaurarlo.

Se me ha caído.
Y no importa
olvidarlo.

Poemilla

Ignoramos
si la hoja que cae
del árbol
es feliz cuando
cruje
seca.

Lo ignoramos

Nombres

Intento recordar
nombres,
darles significado
como si fuesen palabras
que pudieran
reconstruir horas
pasadas.

Pero la memoria resiste
y algunos
desaparecen por la borda
en la marejada
del olvido
involuntario
o ¿forzado?

Nombres que lo fueran
todo y ahora
no son ni palabras
con significado
reconocible.
La memoria ha sellado
su destino.

Nombres.
Palabras nada más.
A veces, ni eso.


III

DE LAS COSAS
Y EL HOMBRE

Aquí lleguen los ecos
de las cosas y el hombre.

Miguel Valdivieso

Tienpo han todas las cosas,
las buenas e las dañosas
pasan por su ordenansa.

Gomes Peres Patiño

Fantasía cromática

I

Cuando, suciamente liviano,
sube al rostro sorprendido
el disgustado amarillo solemne
—el de las tristezas con base
o sin ella,
el de las acrimonias,
servidumbres,
situaciones humillantes irrehuíbles—,
el alma a veces no percibe
su color de oro amortajado
sin valor reconocible,
color de las extrañas inquietudes
sin qué,
sin porqué,
sin para qué.

Pero sube sube sube y nos convierte
en pergamino falso, errado,
en vivo espejo de miseria
sanguínea;
y es ahí donde duele la hora aciaga,
donde a la vista propia salta
y a los ajenos ojos,
que vulnerados fuimos, vulnerados
por el desaliñado amarillo
de la derrota.

II

Este azul latrocinio,
este agua vertical cayendo
como algo transido:
este azul taladrado de instantes
vacíos e inermes;
este azul devanar de horas
perdidas,
de las horas azules perdidas...

Oh este azul de alma,
este azul desasirse
de todo,
de todos;
este azul vivir parados,
este vivir azul de las horas
sin destino cierto, este azul...
este azul...

III

Cambiante verde marino,
¡qué alegre ritmo traes
a mi cuerpo!,
¡qué sonrisa prendes
en mis labios!

Esmeralda viva,
boca fresca,
ritmo líquido y puro,
canción sin sombra,
oh verdemar amoroso
de diluíbles manos
acariciadoras,
risueño tempo caído
en el va-y-viene,
en el verde juvenil del mar todo,
hoy como siempre en mi memoria
verde
verde
verdemar verde marino eterno.

y IV

Explosión de alegría
de mis cánticos mudos,
la esperanza, vestida de carmines,
me canta en los ojos como un vino.

Alégrate conmigo, vive
—oh humano ser—
mi alegría;
inundemos de risa corazones
esperanzados.

Y, no verde, luciente como sangre,
nos suba a la frente la estrella
que arde en nuestras venas:
optimista ansia de vida.

Cosas pasadas

Cosas insustanciales me preocupan,
o preocuparon
a días:
algo como sonrisas recogidas
al pasar, hace lustros,
por un desierto rostro:
o voces, sonidos, al acaso sueltas
por invisible alguien:
o la mano anfibia que, dejada al paso
en la tibia, ésta,
un frío saludo de amistad fingida
mojaba,
creía fijar para siempre
y por siempre frío.

Cosas sin sustancia que han perdido,
si lo tuvo,
su significado;
hojas inestables sobre el aire leve,
o tímidos vilanos indecisos vilanos,
o como el vacío ligero viento suave
que, pasando ahora,
pasa y nada más.

Movimiento

Escribo en movimiento,
en movimiento pienso y me encamino
a los versos,
a su agua sensible;
el movimiento escucho de los sones
y los pienso en palabras rodantes
o discos transparentes;
me llevo a las sienes las manos
y, al mirarlas después,
me contenta saberlas obedientes,
hábiles y suaves
—oh mis amigas—;
y, como escribo en movimiento,
cada frase, cada verso,
es un pequeño ser, una criatura
que se me va para siempre de las manos
en evasión irremediable.

Pienso en movimiento,
pensando camino pensando pensando
en los versos que las cosas
me ponen al alcance; y camino
por las líneas —equilibrista
sobre el filo de la vida—,
sin miedo a quedarme clavado
en una esquina, porque, os digo,
escribo en movimiento, como pienso
en las cosas que me dictan,
dinámicas,
acción vivificante, dinamismo.

Tarde

Ancha y fuerte es la espalda
de la tarde soleada:
puede soportar la gritería
de enjambre de niños,
las agrias discusiones de parejas
momentáneamente desunidas,
el cuerpo desmedido del trabajo
agotador caído
sobre el hombre.

Ancha es la espalda de la tarde:
caben en ella
todas las alegrías y los llantos
del inundo;
mas todos son consolados o apaciguados:
los tristes,
con un viento generoso que sabe
a dorado vino;

Ancha, fuerte es la espalda de la tarde,
y santo su vino que destila
paz calmante sobre todos.

Alta mar

Estamos siempre a la misma distancia
del horizonte circundante,
en el centro del plato azul violento
donde hierven espumas como peces
furiosos.
Y el navío ritma singladuras,
inmóvil aparente avanza entre dos hojas
que parecen unirse allá en el fondo,
en los límites del círculo lejano
donde cielo y mar son cada uno
parte hermana del otro.

Estamos siempre tan cerca del final
como lejos estamos del principio,
siempre tan en el centro de la vida.
Y pensar en los límites posibles
es como descubrir que el mar es seco,
que las olas son floridos peces
o que el amor puede agostarse un día:
falsas señales que no dicen nada.

Naufragio

Primera luz bañara claramente
mis recién nacidos contornos
en tu blanco paisaje,
Castro del Río tan lejano.

     (¡Oh los sones, los sones, los
     sones aniñados y dulces!)

Cuánta cosa descubierta al paso
vacilante;
cuánta palabra, cuánta
palabra nueva
aguardándome

     (¡Oh bellos ayeres con dolor y olor
     de limpios y tenues!)

Y el primer amor,
que ni llega a serlo:
y el descubrimiento
de penar por nada.
...............................................................
Mas hubo una guerra teñida de horrores;
en ella, sin culpa,
naufragó mi infancia.

Pasado

Hoy de mañana estuve remirando
viejas fotografías.

Retratos del pasado que volviera,
aprehendidos momentos que ahora muestran
hechos otrora vivos mas no hoy:
y el algo fijo en ellos, ese instante,
amarillas carnadas de olvido desprende.

Así fue este tránsito por calles
que lo fueran todo —variopinta vida—
y ahora sólo signos sin vinculaciones
con mi ser presente:
cáscaras vacías del recuerdo.

Hoy de mañana estuve repasando
las hojas de un extinto pasado.

Diosa

(University Museum. Filadelfia)

Si la miras con ojos de asombro
hallarás que sonríe lejana
de tu gesto, y acaso
cuando rompas instantes más tarde
el débil contacto,
la recuerdes como siempre amiga,
la recuerdes, pese a que su hierro
no te habló ni un verbo.

Disculpas

Mirar hacia el pasado
con estos ojos de ahora
es un arduo problema:
se descubren fisuras en el lienzo,
raspaduras o pequeñas grietas
que alteran su lisura.

La figura desdibuja su perfil
y es dura tarea componerlo
como fuera otrora.
¿Fueron esos los gestos?
¿Tuvo ese finale
la pequeña guerra
for string quartet?
¿Era amor
cuando a veces amé?

Cuesta admitir las propias
insinceridades mas
¿cómo explicar que el entonces
grotesco aparezca visto
tras un cendal de años,
tras la feliz y florida
—o indefinida—
coyuntura presente?
(Olvido es; y mudanza).
Pido —¿sinceramente?—
a las pequeñas fisuras,
raspaduras o grietas,
disculpas joviales.

El hombre es así: derrama-
da vida y olvido del ayer.
Y humanidad mudable,
humanidad.

Fuente seca

Seca la fuente, tan seca
como sed de esperanza.
como la sed de cosas ansiadas,
¿cómo regar las horas que, pasando,
nos piden regadío?

La boca pide como si los ojos
no viesen que no mana,
que la fuente enmudeció
y amenaza en silencio
secarnos el alma.

La fuente, el alma, voces secretas
vegetan en silencio pero
aguardan, ¿aguardan?...
Y crece nuestra espera, espesa nube
innecesaria tal vez, acaso seca.

Bem-te-vi

Pájaro caído
de sorpresa
con grito cercano
a mí,
tu sombra, plumaje
cabe en ella,
plumaje y voz,
notas y voz
mía
que sin palabras
te dice que
vuelvas.

Pájaro-visita
de mi ventana, mientras
otros lejanos
—oscuros—
pájaros son
en el recuerdo
hundidos.
Vuelve siempre,
grito
—pájaro sombra plumaje—
alegre.

A la Imprenta

A mi maestro, Miguel Morales,
que ya descansa

No una oda ditirámbica quiero
tejerte ahora;
mi verso ha de seguir el curso manso
de las aguas de los sentires hondos;
cantará mi palabra en voz de timbre
cálido.

Enraizados mis días desde siempre
entre tus luces, pálpitos acuden
a mi obediente mano que supiera
derramar amor en tus metales,
amor desbordar día tras día,
un año y otro vivir para cocerme
dentro de la pasión que hierve, quema
en tu sensible centro.

Sencillamente hablar de lo que importa
quiero en mi verso:
decirte que has llenado mi odre de alegría
siempre sana y sincera.
No una oda ditirámbica quise
tejerte ahora.

Regreso de Avila

A Elvira

Atardece en los campos.
Avila se aleja poco a poco.
Sobre mi alma la paz va descendiendo
como un dulce crepúsculo de asombros.

El pensamiento va del tren al río,
de la piedra al pinar.
tan libre como niño
que halló libertad que no esperaba

El cuerpo, entresoñando, crea estrellas
mientras cae desmadejadamente
en languidez tibia y callada.

Tras los cristales pasa tiempo en sombras,
vida quieta pasa en el paisaje;
luces a lo lejos cantan vida
entre cuatro paredes,
mientras el tren avanza con latidos
gemelos de los míos.

Quisiera no llegar nunca al final
de este regreso que me lleva ahora
al margen de los campos olorosos
en que atardece, mientras Avila
va quedando muy lejos.

Monja en la ventana

A Vicente Núñez

En Málaga,
frente al mar,
la monja derrama blanca
claridad.

(A soledades salobres
huele y sabe el ventanal).

Dentro, en el claustro, latines:
rezos y rezos y rezos.
Enfrente, el mar que no sabe
de maitines.

La monja malagueña
mira y remira
—el mar va. viene y va—
después, suspira.

Baeza

A Rafael Mir,
que estuvo allí

El sol se despereza
sobre los lentos días
de tu plaza, Baeza.

Si el mundo empieza
donde acaba el reflejo
de tu tristeza,

mejor sería
hundirse cabizbajo
en la lejanía

En las profundas simas
de otra pereza
menos doliente y simple.

El sol, Baeza,
sobre tus lentos días
se despereza.

Castro del Río

A Paco Morales

Limpias paredes blancas
de mi pueblo,
blanca cal derramada
sobre el tedio,
¿dónde la alegría.
dónde el tiempo
de mis risas?
     Viento
es, sólo viento pasado,
ya lejos.

Blancas paredes limpias,
espejos
de secretas ansias,
agría filosofía del silencio.

Pueblo, mudo pueblo,
te crucificaron en la rosa
de los malos vientos,
ante las blancuras paralelas
de tus calles, bajo el sol,
bajo un sol antiguo y sabio,
pueblo.

Tríptico de la Primavera

A Gerardo Diego

I

Despertar.

En cada hora nueva
una sonrisa
indecisa.

Y de nuevo
a empezar.

(Un blanco bostezo:
se despereza
la paz).

II

Con gesto indolente
he cerrado el libro
—brotan pasos
leves lentamente
en el viejo camino—,
y sonrío.

(El blando aire
salta a la comba con una nube
al monocorde ritmo
de un grillo)

Y sonrío
como un niño.

III

Aries duerme
trazo a trazo

Llegan resonancias
envolviendo silencio entre sus pasos.

(Resonancias:
cada estrella finge un sobresalto).

Villancico

A Carlos de la Rica

Salta la estrella y levanta
corazón en los pastores.

—Vamos allá, que habrá flores,
a pesar del cierzo frío.

La estrella camino traza
con suave pasar de río.

—A la noche, vamos todos
a la noche jubilosa

La luz de la estrella canta
canciones de alma gozosa

—Pastores, venid conmigo
a la limpia noche clara.

La estrella se ha detenido
—corazón— en los pastores.

Ojos abiertos, sencillos
balcones o miradores,
asoman ingenuos soles
deslumbrados, sorprendidos.

(El alba flora cantando,
como si llorara un niño).

Mudos

Aquí.
Aquí estamos nosotros:
los mudos forzados.

Desde aquí vemos pasar
el tiempo irremediable,
irremediablemente
quietos:
hundidos en esta encrucijada,
sin aire que alentar,
sin aliento.

Los mudos vivimos aquí.
Aquí nada más.
Las palabras
—los que no sois de casa
no sabéis
de esto—,
nuestras palabras, digo,
se ahogan
en el espeso lago
de nuestras gargantas
—quisiera creer
que las vuestras no—.

Vivimos
—si es vivir saberse
acogotados—,
silenciosamente sin razones,
a la sombra de un turbio
descontento.
Aquí, los mudos a la fuerza
estamos aquí,
donde siempre en espera.

Y con sordina,
con voz empequeñecida decimos
hacia adentro:
—Somos un rebelde rebaño
sediento;
no tenemos aún la palabra
de raíz
prometedora.

Oh el día
en que podamos gritar: —Somos
de nuevo voz viva.

Y la mudez sea pasado.
Un triste sueño olvidado.

Sequía

El campesino se ha sentado
en una piedra que ha encontrado al paso.
En una piedra grande calentada
por el sol de agosto, sol de fuego.
Mira el gañán, y calla, piensa.
Mira las tierras secas que la lluvia
hace meses ignoran:
se calla lo que no quiere gritar
porque es inútil maldecir, inútil;
piensa que si la sed de los campos continúa,
todo en ellos será polvo un día.
Y el hambre, como todas las desgracias,
nunca vendrá sola.
Los ojos tristes del gañán miran al cielo,
azul lisura que no recuerda nubes.
y suspira con desesperanza.
Se levanta despacio de la piedra
que encontrara al paso,
piedra que calienta el sol de fuego
cada día agostador e inmenso,
y despacio se encamina al pueblo.

Recuerdo

Un día le encerraron entre cuatro paredes.
Cuatro paredes de piedra oscura y fría,
de dura y fría piedra.

Pasan las horas por su vida, pasan
los días, meses pasan por él desde entonces
y no lo sabe.
Porque el tiempo para el hombre es sólo eso:
cuatro desnudas paredes
sin el día ni la noche,
sin lunes martes miércoles jueves viernes sábados
ni domingos soleados
con salida al campo con sus hijos,
sin marzo ventoso ni abril lluvioso ni mayo florido
con su mujer,
ni nada más que cuatro paredes,
cuatro paredes de piedra oscura y fría,
de dura y fría piedra.

Cazadores

A José O. Ortega,
por su grabado.

Les cazadores cazan, ya se sabe.
Les cazadores cazan como saben o pueden:
con armas de fuego,
con trampas o cepos o redes:
con sutiles engaños y reclamos.
A cara descubierta algunas veces.

Toda clase de animales cazan
los cazadores;
es lo mismo que vuelen o corran.
Animales dañinos son llamados algunos
y liquidarlos es justo:
otros merecen la pena por su carne,
son cazados,
enriquecen paladar y mesa;
la piel es lo importante para algunos
cazadores,
que la vida de uno menos
—tigre o nutria, zorro u oso—
qué mas da.

A veces cazadores cazan hombres,
pero eso es otra historia.

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Verano 1965

La vida empieza aquí y en este instante,
cuando me asomo a tus ojos
como a un lago abierto.
La vida empieza aquí en esta hora
en que las líneas de tu cuerpo besan luces
silenciosas.
Justamente ahora que tu piel
se estremece al tacto de mis manos,
la vida es como nueva flor nacida
de esperanza.
Nace de tus gemidos, de la verde
cambiante oleada con que miras,
de tu olor de hembra que florece,
de la calma que sigue al dulce triunfo
de sabernos penetradas vidas.

La vida empieza a cada instante ahora
y nunca tendrá fin. 


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