I.
POEMAS DEL
ENFERMO
Fiebre
Juego
Noche oscura
Insomnio
Dolor
Anestesia total
Solitario
Cansancio
Siempre silencios II.
PALABRAS Y
GATO
Cuando decimos
Gato (I)
Difícil
Gato (II)
Cuida bien
Gato (y III)
Calla
El silencio
Poemilla
Nombres III.
DE LAS COSAS Y
EL HOMBRE
Fantasía cromática
Cosas pasadas
Movimiento
Tarde
Alta mar
Naufragio
Pasado
Diosa
Disculpas
Fuente seca
Bem-te-vi
A la Imprenta
Regreso de Avila
Monja en la ventana
Baeza
Castro del Río
Tríptico de la Primavera
Villancico
Mudos
Sequía
Recuerdo
Cazadores
Inicio
La guerra civil española (1936-39) trastornó por completo la vida de su familia y la suya propia, viéndose obligados —él, sus padres y su hermana— a dejar su casa y su pueblo en inminente peligro de caer en manos enemigas y, con millares de refugiados, ir andando a través de la tierra andaluza hasta que un tren providencial y lento los dejó en Madrid. Los tres años de la tragedia española los pasó parte en el frente madrileño —el Madrid del «¡No pasarán!»— y en el de Toledo; cuando la paz llegó, el soldado vencido —después de pasar corto tiempo en un campo de concentración— tuvo que incorporarse al ejército vencedor en el que permaneció varios años, años en que murieron su madre y su padre.
Lector infatigable, estudioso independiente, Millán alternó su vida de trabajo con la preparación para algo más substancial. Y mientras fue tipógrafo, o encargado de sección o regente de imprenta, o jefe de producción de una importante firma editorial, escribió, pensó...
En 1952 vio la luz su primer libro —Hombre triste—, después de haber fundado Agora, Cuadernos de Poesía, a los que siguieron las colecciones de libros poéticos Agora, Neblí y Lazarillo, también fundadas y dirigidas por Millán; y El laberinto, cuadernos de poesía.
Hueso
que te copo en parte
Rroelo
con sotil arte.
Alfonso Alvarez de Villasandino
El poeta despertó
con una rosa
en la mano.
De los dobleces del
sueño la traía
y, maravillado,
por la tierna raíz del milagro preguntaba.
(Por su aire adentro le
oyó la mañana
sus interrogantes maduras de sorpresa,
de enajenamiento).
Más tarde, la rosa,
envuelta en silencio,
fue lentamente regresando al sueño
de donde naciera.
Como en un tonto juego,
como si fuese un tontear el juego
de la vida y de la muerte,
a veces el dolor sorprende al hombre
con las artimañas del que sabe
herir a destiempo.
(Siempre es a destiempo llegada
la mueca,
la espantada postura forzada que clava
miembros en el aire).
Y no sirve esconder bajo el ala
la salud y el gozo,
con su hálito perverso
y la falacia como paso venenoso
el dolor nos penetra
la armazón sorprendida y un día
malamente amanecemos.
(Y un día malamente
amanecemos
al borde de insospechado abismo.
O tal vez hundidos
en el fondo de una noche).
Hay una noche oscura del
recuerdo.
Hay una noche oscura en los sentidos.
Hay una noche oscura de miserias
en los momentos más alegres.
Hay una noche oscura en cada hora
en que se vive y muere pese a todo.
Hay una noche oscura si se miente
y una noche oscura si se calla
y una noche oscura si caemos
en palabras estériles, vacías.
Hay una noche oscura que acechante
siempre lo cubre todo.
Pero en ella
está la raíz donde arde
vivo y claro día.
Apoyado en nada,
todo limitado del peso de ausencias
imposible se hace
mantenerse
con el increíble equilibrio de los justos.
No es que la boca diga, que
gestos indiquen,
que cualquier cosa revele
furias como
ácidos;
ni que vísceras duelan más de lo que
solían
—oh frío frío frío
dolor—,
es que la deidad
traidora acecha
con sus múltiples filos
y, uno a uno, los caminos todos
que llevan al sueño
son por ella
cortados inapelablemente.
¿Qué
hacer de la noche
desmesurada y sin soporte?
¿Qué hacer con el vacío que
sólo puede
henchirse
de manante sueño como tibia leche
de la grande ubre nocturna?
Apoyado en nada
—pasan horas como lentas letanías
aburridas—,
espero el día.
Cuando llega, felinamente
artero,
desprevenidos estamos.
Puede pensarse
en él a todas horas,
su helado silbido conocer,
pero cuando
llega con garras y dientes,
desprevenidos estamos.
Y nuestra entereza de
súbito es talada
como un bosquecillo de flébiles
arbustos.
La lágrima, blandamente agria,
asoma su brillo y
espera,
paciente junto a nuestra espera,
por si su presencia, total
como un ay,
fuese necesaria
(hay dolor tan fuerte como mil dolores).
Es inútil aguardarlo,
la vigilia puede ser infructuosa:
sólo una cosecha de temor y miedos.
Mejor sustraerse, pensar en
Ann Arbor,
en los verdes campos de la Pennsilvania,
en Málaga,
en Cuenca, en las olorosas
tascas cordobesas...
Y cuando ya estemos a orillas de todo,
el dolor vendrá
—sorprendentemente—.
No sabría decide
cómo el aire
es en esta tarde en que el
otoño
finge ser alegre para darme
un motivo de contentamiento;
no sabría, no, cómo contarte
que intimida, encoge, la
inminencia
de perder la noción de plena vida,
de saber que el
limite se acerca
entre ver tus ojos y el no verte.
ajeno en voluntad y
pensamiento,
enajenado el cuerpo, los sentidos,
lejos y tan cerca del
dolor,
lejos y tan cerca del presente
a tu lado, contigo...
Que me tienes al lado, pese a
todo,
tras la hábil artificiosa
muerte
que el hombre creara para el hombre.
Ya de vuelta, todo dolorido,
todo confundido de memorias
enredadas como
mis raíces,
vivir en tu presencia con la mía
es la verdad
que admito como cierta.
Extrañas cataratas
de notas,
plenilunios sensibles.
(Anda
diciendo tu madre...)
Cuando el alba tiene
sueño
los colores son niños.
(...
no quiero que me desprecies...)
Y el gato rompe silencios con
su voz
de noche hambrienta.
(...
anda diciendo...)
Están las cosas
sobre el alma
como en mercado de inútiles trastos,
y él te aguarda en la mesa como un niño
que quiere juguetes sorprendidos
a solas.
(La
niña se está
lavando...)
Ah la noche con sus
múltiples
esquinas como acordes,
con sus
oscuras previsiones...
(...
ha recibido la morenilla..)
El coñac tiene finos
dientes como
espirales
y saluda en sombras al devoto de su culto.
(Ay,
ay,, aaaaayyy...)
Café, noche,
coñac,
noche, noche, noche...
Caía en el
sueño como en una
blanda densidad de
extraña hambre;
sabía que al final de la incerteza
del
dormir o no, del reposo o la ortiga
hiriente en los ojos,
estaba la
futura mañana agostada
o el día jovial, puro y
refrescante.
Mas era imposible calmar nervio
a nervio,
desechar visiones, borrar
pensamientos,
disolver las horas con la indiferencia
con que vemos
pasar ante la vista
las nadas insignificantes.
Y los ojos, queriendo ser
durmientes,
lucharon contra sí hora tras hora.
La mañana fue
llegando como sucia
vidriera en derredor; el aire
era
pesado lienzo húmedo de sueño,
y mientras deambulaba
por el tiempo
en tránsito a otra noche prometida,
ansia de
llorar bostezos fluía
de mi cuerpo cansado como un mundo.
Siempre habrá
silencios escondidos
en los recónditos
pliegues de las horas.
Yen cada atardecer de nuestras vidas
nacerán más silencios sin respuesta.
Caerán presencias
como maduras hojas
de árboles
inútiles dormidos: testigos
ausentes e imprecisos,
muerta
memoria derramada en vano.
Estrangulamos presentes al
deseamos
futuros ríos de savia
desbordada,
estrellada cantiga sobre el duro
y adusto corazón
ajeno.
Y mañana
será un llegado hoy
con nuevos filos de silenciosos miedos,
con estrenadas indecisiones tontas
y lágrimas tan frías como un acaso.
Pienso
en ésto, no como quien
piensa,
sino
como quien no piensa.
Fernando Pessoa
Cuando decimos,
por ejemplo,
corazón,
cuando decimos
mañana,
casi siempre
queremos decir
algo muy diferente.
O cuando decimos,
es otro ejemplo
eternamente
o levísimo,
queremos decir
algo muy diferente.
¿Por qué
no decimos
lo otro?
¿Por qué
decir lo que no estamos
«diciendo»?
¿Por qué
decimos
algo muy diferente?
No juguemos, no,
con la vida como
si nada importaran
las palabras;
digamos
eternamente
o levísimo,
mañana
o corazón
pero sepámoslo
pesar,
medir.
No diciendo
algo muy diferente.
Gato,
misterioso y cariñoso
gato mio,
¿por qué
huyen los pájaros
al verte?
¿Acaso la fiera
que en ti
vive,
los asusta?
Cariñoso,
tierno gato
mio,
vive en paz con tu misterio
y con
ellos
—que vuelan sin porqué—
como conmigo.
Déjalos
irse.
Es difícil saberlo.
difícil saber
a ciencia cierta.
¿Dónde comienzan las cosas?
¿Y
los pensamientos?
La mano puede
llegar hasta aquí
o allí,
pero, ¿dónde la mano
que limite pesares?,
¿dónde el círculo ileso
que limita,
que nos
limita?,
¿hasta adónde podemos
llegar
y desde
dónde?
Es difícil saberlo,
difícil saber qué
tiene esa
flor
en su cerebro,
qué piensa ese gato
desde sus maullantes
raíces.
¿Qué
hacer? ¿Resig-
narnos?
¿Qué podemos emprender,
qué cruzada, contra
esta
ignorancia?
Pensemos un poco:
como gente seria
.........................................
Tal vez conveniente
sea no hacer nada.
Este gato tiene
ideas que huelen
como viejos rastros.
Tal vez
ascendientes
suyos
le fueran adobando,
labrando,
vital ruta.
¿Por qué no? ¿Qué
sabemos nosotros
de antepasados felinos,
de la
parentela lejana
de este gato?
A veces me mira
enemistosamente;
otras, parecen sus ojos
gemelos de
los míos.
Y —misterio— pienso,
¿tendremos algo eterno
de
común? Este gato
—esta piel, estos huesos,
este cuerpo—, tiene
algo divinamente humano.
O animal.
Cuida bien de ellas.
No las dejes caer
descuidadamente.
Puede que la dulce amargue al
punto
de hacerse insoportable.
Puede ser
que si nace sin espinas,
desgraciadamente utilizada,
acabe estilete.
Son frágiles e
inciertas
—vilanos de música y aliento—
si las sueltas
—amor,
esperanza, otra vez amor—
inadecuadamente.
Una flor puede ser sugerida,
vista, perfumarnos puede,
si pronunciamos
su nombre
con la misma sincera ingenuidad
con que respirar solemos.
Puede venir a nuestro lado
alguien,
con solo desearlo
invocando su
nombre con dulzura,
si pensarnos que es posible todo
lo pensado con
palabras ciertas.
Tus palabras cuida;
son débiles si falsas.
No
las dejes caer.
Supongamos que hay un cielo
para gatos.
En él descansa mi amigo,
así lo creo,
gozando de la vida perdurable
a la diestra de dios-padre-gato.
El tuvo siempre alba el alma
como la piel que le envolvía,
como página
limpia de malicia
o limpio pensamiento infantil.
Y ahora, ya en posvida, pace
calma
libre de dolores y de miedos,
mas no
de memoria, y os aseguro
que somos recordados por él siempre.
Nos puede hacer falta, calla;
puede sernos necesaria
y, si la
malgastamos ahora,
no tendremos nada.
(Hablo de la palabra
necesaria para...
Necesaria).
Inútil
será, vacía
la palabra
a destiempo vertida,
derramada
como agua.
Como agua sucia
derramada.
Es mejor guardarla
y traerla limpia,
clara como el agua
clara,
a los
labios que la esperan
cualquier bella mañana.
Calla ahora,
calla.
Se me ha caldo
de las manos.
Mira allí, mirado
cómo brilla
en pedazos.
Caído.
Caído
de las manos.
Y es inútil,
tontamente inútil
restaurarlo.
Se me ha caído.
Y no importa
olvidarlo.
Ignoramos
si la hoja que cae
del árbol
es feliz cuando
cruje
seca.
Lo ignoramos
Intento recordar
nombres,
darles significado
como si fuesen palabras
que pudieran
reconstruir horas
pasadas.
Pero la memoria resiste
y algunos
desaparecen por la borda
en la
marejada
del olvido
involuntario
o ¿forzado?
Nombres que lo fueran
todo y ahora
no son ni palabras
con significado
reconocible.
La memoria ha sellado
su destino.
Nombres.
Palabras nada más.
A veces, ni eso.
Aquí
lleguen los ecos
de
las cosas y el hombre.
Miguel Valdivieso
Tienpo
han todas las cosas,
las
buenas e las dañosas
pasan
por su ordenansa.
Gomes Peres Patiño
I
Cuando, suciamente liviano,
sube al rostro sorprendido
el disgustado
amarillo solemne
—el de las tristezas con base
o sin ella,
el de las acrimonias,
servidumbres,
situaciones humillantes
irrehuíbles—,
el alma a veces no percibe
su color de oro amortajado
sin
valor reconocible,
color de las extrañas inquietudes
sin
qué,
sin porqué,
sin para qué.
Pero sube sube sube y nos
convierte
en pergamino falso, errado,
en vivo
espejo de miseria
sanguínea;
y es ahí donde duele la hora
aciaga,
donde a la vista propia salta
y a los ajenos ojos,
que
vulnerados fuimos, vulnerados
por el desaliñado amarillo
de la
derrota.
II
Este azul latrocinio,
este agua vertical cayendo
como algo transido:
este azul taladrado de instantes
vacíos e inermes;
este azul devanar de horas
perdidas,
de las horas azules perdidas...
Oh este azul de alma,
este azul desasirse
de todo,
de todos;
este azul
vivir parados,
este vivir azul de las horas
sin destino cierto, este
azul...
este azul...
III
Cambiante verde marino,
¡qué alegre ritmo traes
a mi
cuerpo!,
¡qué sonrisa prendes
en mis labios!
Esmeralda viva,
boca fresca,
ritmo líquido y puro,
canción sin sombra,
oh verdemar amoroso
de diluíbles manos
acariciadoras,
risueño tempo
caído
en el va-y-viene,
en el verde
juvenil del mar todo,
hoy como siempre en mi memoria
verde
verde
verdemar verde marino eterno.
y IV
Explosión de
alegría
de mis cánticos mudos,
la
esperanza, vestida de carmines,
me canta en los ojos como un vino.
Alégrate conmigo,
vive
—oh humano ser—
mi alegría;
inundemos de risa corazones
esperanzados.
Y, no verde, luciente como
sangre,
nos suba a la frente la estrella
que
arde en nuestras venas:
optimista ansia de vida.
Cosas insustanciales me
preocupan,
o preocuparon
a días:
algo como sonrisas recogidas
al pasar, hace lustros,
por un desierto
rostro:
o voces, sonidos, al acaso sueltas
por invisible alguien:
o la mano anfibia que, dejada al paso
en la tibia, ésta,
un
frío saludo de amistad fingida
mojaba,
creía fijar para
siempre
y por siempre frío.
Cosas sin sustancia que han
perdido,
si lo tuvo,
su significado;
hojas
inestables sobre el aire leve,
o tímidos vilanos indecisos
vilanos,
o como el vacío ligero viento suave
que, pasando ahora,
pasa y
nada más.
Escribo en movimiento,
en movimiento pienso y me encamino
a los
versos,
a su agua sensible;
el movimiento escucho de los sones
y los
pienso en palabras rodantes
o discos transparentes;
me llevo a las
sienes las manos
y, al mirarlas después,
me contenta saberlas
obedientes,
hábiles y suaves
—oh mis amigas—;
y, como escribo en movimiento,
cada frase, cada verso,
es un pequeño ser, una criatura
que se me va para siempre de las
manos
en evasión irremediable.
Pienso en movimiento,
pensando camino pensando pensando
en los versos
que las cosas
me ponen al alcance; y camino
por las líneas
—equilibrista
sobre el filo de la vida—,
sin miedo a quedarme clavado
en una esquina, porque, os digo,
escribo
en movimiento, como pienso
en las cosas que me dictan,
dinámicas,
acción vivificante, dinamismo.
Ancha y fuerte es la espalda
de la tarde soleada:
puede soportar la gritería
de enjambre de niños,
las
agrias discusiones de parejas
momentáneamente desunidas,
el
cuerpo desmedido del trabajo
agotador caído
sobre el hombre.
Ancha es la espalda de la tarde:
caben en ella
todas las alegrías y los llantos
del inundo;
mas todos son consolados o apaciguados:
los tristes,
con un viento generoso que sabe
a dorado vino;
Ancha, fuerte es la espalda de
la tarde,
y santo su vino que destila
paz calmante sobre todos.
Estamos siempre a la misma
distancia
del horizonte circundante,
en
el centro del plato azul violento
donde hierven espumas como peces
furiosos.
Y el navío ritma singladuras,
inmóvil aparente avanza
entre dos hojas
que parecen unirse allá en el fondo,
en los
límites del círculo lejano
donde cielo y mar son cada uno
parte hermana del otro.
Estamos siempre tan cerca del
final
como lejos estamos del principio,
siempre tan en el centro de la vida.
Y pensar en los límites posibles
es como descubrir que el mar es seco,
que las olas son floridos peces
o
que el amor puede agostarse un día:
falsas señales que no dicen nada.
Primera luz bañara
claramente
mis recién nacidos
contornos
en tu blanco paisaje,
Castro del Río tan lejano.
(¡Oh los sones, los
sones, los
sones aniñados y dulces!)
Cuánta cosa
descubierta al paso
vacilante;
cuánta palabra, cuánta
palabra nueva
aguardándome
(¡Oh bellos ayeres
con dolor y olor
de limpios y tenues!)
Y el primer amor,
que ni llega a serlo:
y el descubrimiento
de penar por nada.
...............................................................
Mas hubo una guerra
teñida de horrores;
en ella, sin culpa,
naufragó mi infancia.
Hoy de mañana estuve
remirando
viejas fotografías.
Retratos del pasado que
volviera,
aprehendidos momentos que ahora
muestran
hechos otrora vivos mas no hoy:
y el algo fijo en ellos, ese instante,
amarillas carnadas de olvido
desprende.
Así fue este
tránsito por calles
que lo fueran todo
—variopinta vida—
y ahora sólo signos sin vinculaciones
con mi
ser presente:
cáscaras vacías del recuerdo.
Hoy de mañana estuve
repasando
las hojas de un extinto pasado.
Si la miras con ojos de asombro
hallarás que sonríe
lejana
de tu gesto, y acaso
cuando rompas instantes más tarde
el
débil contacto,
la recuerdes como siempre amiga,
la recuerdes,
pese a que su hierro
no te habló ni un verbo.
Mirar hacia el pasado
con estos ojos de ahora
es un arduo problema:
se descubren fisuras en el lienzo,
raspaduras o pequeñas grietas
que alteran su lisura.
La figura desdibuja su perfil
y es dura tarea componerlo
como fuera
otrora.
¿Fueron esos los gestos?
¿Tuvo ese finale
la
pequeña guerra
for string quartet?
¿Era amor
cuando a
veces amé?
Cuesta admitir las propias
insinceridades mas
¿cómo
explicar que el entonces
grotesco aparezca visto
tras un cendal de
años,
tras la feliz y florida
—o indefinida—
coyuntura presente?
(Olvido es; y mudanza).
Pido
—¿sinceramente?—
a las pequeñas fisuras,
raspaduras o grietas,
disculpas joviales.
El hombre es así:
derrama-
da vida y olvido del ayer.
Y humanidad
mudable,
humanidad.
Seca la fuente, tan seca
como sed de esperanza.
como la sed de
cosas ansiadas,
¿cómo regar las horas que, pasando,
nos
piden regadío?
La boca pide como si los ojos
no viesen que no mana,
que la fuente
enmudeció
y amenaza en silencio
secarnos el alma.
La fuente, el alma, voces
secretas
vegetan en silencio pero
aguardan,
¿aguardan?...
Y crece nuestra espera, espesa nube
innecesaria
tal vez, acaso seca.
Pájaro
caído
de sorpresa
con grito cercano
a mí,
tu sombra, plumaje
cabe en ella,
plumaje y voz,
notas y voz
mía
que sin palabras
te dice que
vuelvas.
Pájaro-visita
de mi ventana, mientras
otros lejanos
—oscuros—
pájaros son
en el recuerdo
hundidos.
Vuelve siempre,
grito
—pájaro sombra plumaje—
alegre.
A mi maestro, Miguel Morales,
que ya descansa
No una oda
ditirámbica quiero
tejerte ahora;
mi verso ha de seguir el curso manso
de las aguas de los sentires
hondos;
cantará mi palabra en voz de timbre
cálido.
Enraizados mis días
desde siempre
entre tus luces,
pálpitos acuden
a mi obediente mano que supiera
derramar amor en
tus metales,
amor desbordar día tras día,
un año y
otro vivir para cocerme
dentro de la pasión que hierve, quema
en
tu sensible centro.
Sencillamente hablar de lo que
importa
quiero en mi verso:
decirte que has llenado mi odre de alegría
siempre sana y
sincera.
No una oda ditirámbica quise
tejerte ahora.
A Elvira
Atardece en los campos.
Avila se aleja poco a poco.
Sobre mi alma la paz va descendiendo
como un dulce crepúsculo de asombros.
El pensamiento va del tren al
río,
de la piedra al pinar.
tan libre como niño
que halló libertad que no esperaba
El cuerpo,
entresoñando, crea estrellas
mientras cae desmadejadamente
en languidez tibia y callada.
Tras los cristales pasa tiempo
en sombras,
vida quieta pasa en el
paisaje;
luces a lo lejos cantan vida
entre cuatro paredes,
mientras el
tren avanza con latidos
gemelos de los míos.
Quisiera no llegar nunca al
final
de este regreso que me lleva ahora
al
margen de los campos olorosos
en que atardece, mientras Avila
va
quedando muy lejos.
A Vicente Núñez
En Málaga,
frente al mar,
la monja derrama blanca
claridad.
(A soledades salobres
huele y sabe el ventanal).
Dentro, en el claustro, latines:
rezos y rezos y rezos.
Enfrente, el mar que no sabe
de maitines.
La monja malagueña
mira y remira
—el mar va. viene y va—
después, suspira.
A Rafael Mir,
que estuvo allí
El sol se despereza
sobre los lentos días
de tu plaza, Baeza.
Si el mundo empieza
donde acaba el reflejo
de tu tristeza,
mejor sería
hundirse cabizbajo
en la lejanía
En las profundas simas
de otra pereza
menos doliente y simple.
El sol, Baeza,
sobre tus lentos días
se despereza.
A Paco Morales
Limpias paredes blancas
de mi pueblo,
blanca cal derramada
sobre el
tedio,
¿dónde la alegría.
dónde el tiempo
de mis risas?
Viento
es, sólo viento pasado,
ya lejos.
Blancas paredes limpias,
espejos
de secretas ansias,
agría filosofía del silencio.
Pueblo, mudo pueblo,
te crucificaron en la rosa
de los malos vientos,
ante las blancuras paralelas
de tus calles, bajo el sol,
bajo un sol
antiguo y sabio,
pueblo.
A Gerardo Diego
I
Despertar.
En cada hora nueva
una sonrisa
indecisa.
Y de nuevo
a empezar.
(Un blanco bostezo:
se despereza
la paz).
II
Con gesto indolente
he cerrado el libro
—brotan pasos
leves lentamente
en el viejo camino—,
y sonrío.
(El blando aire
salta a la comba con una nube
al monocorde ritmo
de un grillo)
Y sonrío
como un niño.
III
Aries duerme
trazo a trazo
Llegan resonancias
envolviendo silencio entre sus pasos.
(Resonancias:
cada estrella finge un sobresalto).
A Carlos de la Rica
Salta la estrella y levanta
corazón en los pastores.
—Vamos
allá, que habrá flores,
a pesar del cierzo
frío.
La estrella camino traza
con suave pasar de río.
—A la noche, vamos
todos
a la noche jubilosa
La luz de la estrella canta
canciones de alma gozosa
—Pastores, venid
conmigo
a la limpia noche clara.
La estrella se ha detenido
—corazón— en los pastores.
Ojos abiertos, sencillos
balcones o miradores,
asoman ingenuos soles
deslumbrados, sorprendidos.
(El alba flora cantando,
como si llorara un niño).
Aquí.
Aquí estamos nosotros:
los mudos forzados.
Desde aquí vemos
pasar
el tiempo irremediable,
irremediablemente
quietos:
hundidos en esta encrucijada,
sin aire que alentar,
sin aliento.
Los mudos vivimos
aquí.
Aquí nada más.
Las palabras
—los que no sois de casa
no sabéis
de esto—,
nuestras palabras, digo,
se ahogan
en el espeso lago
de nuestras
gargantas
—quisiera creer
que las vuestras no—.
Vivimos
—si es vivir saberse
acogotados—,
silenciosamente sin razones,
a la sombra de un turbio
descontento.
Aquí, los mudos a la fuerza
estamos aquí,
donde siempre
en espera.
Y con sordina,
con voz empequeñecida decimos
hacia adentro:
—Somos un rebelde rebaño
sediento;
no tenemos aún la palabra
de raíz
prometedora.
Oh el día
en que podamos gritar: —Somos
de nuevo voz viva.
Y la mudez sea pasado.
Un triste sueño olvidado.
El campesino se ha sentado
en una piedra que ha encontrado al paso.
En una piedra grande calentada
por el sol de agosto, sol de fuego.
Mira el gañán, y
calla, piensa.
Mira las tierras secas que la lluvia
hace meses ignoran:
se calla lo que no quiere gritar
porque es inútil maldecir,
inútil;
piensa que si la sed de los campos continúa,
todo
en ellos será polvo un día.
Y el hambre, como todas las
desgracias,
nunca vendrá sola.
Los ojos tristes del gañán miran al cielo,
azul lisura
que no recuerda nubes.
y suspira con desesperanza.
Se levanta despacio de la piedra
que
encontrara al paso,
piedra que calienta el sol de fuego
cada día
agostador e inmenso,
y despacio se encamina al pueblo.
Un día le encerraron
entre cuatro paredes.
Cuatro paredes de
piedra oscura y fría,
de dura y fría piedra.
Pasan las horas por su vida,
pasan
los días, meses pasan por
él desde entonces
y no lo sabe.
Porque el tiempo para el hombre es sólo eso:
cuatro desnudas paredes
sin el día ni la noche,
sin lunes martes
miércoles jueves viernes sábados
ni domingos soleados
con
salida al campo con sus hijos,
sin marzo ventoso ni abril lluvioso ni
mayo florido
con su mujer,
ni nada más que cuatro paredes,
cuatro paredes de piedra oscura y fría,
de dura y fría
piedra.
A José O. Ortega,
por su grabado.
Les cazadores cazan, ya se sabe.
Les cazadores cazan como saben o
pueden:
con armas de fuego,
con trampas o cepos o redes:
con sutiles engaños y reclamos.
A cara descubierta algunas veces.
Toda clase de animales cazan
los cazadores;
es lo mismo que vuelen o corran.
Animales dañinos son llamados
algunos
y liquidarlos es justo:
otros merecen la pena por su carne,
son cazados,
enriquecen paladar y
mesa;
la piel es lo importante para algunos
cazadores,
que la vida de
uno menos
—tigre o nutria, zorro u oso—
qué mas da.
A veces cazadores cazan hombres,
pero eso es otra historia.
Verano 1965
La vida empieza aquí
y en este instante,
cuando me asomo a
tus ojos
como a un lago abierto.
La vida empieza aquí en esta hora
en que las líneas de tu
cuerpo besan luces
silenciosas.
Justamente ahora que tu piel
se estremece al tacto de mis manos,
la
vida es como nueva flor nacida
de esperanza.
Nace de tus gemidos, de la verde
cambiante oleada con que miras,
de tu
olor de hembra que florece,
de la calma que sigue al dulce triunfo
de
sabernos penetradas vidas.
La vida empieza a cada instante
ahora
y nunca tendrá fin.