Las personas que desde el otro lado de esos gruesos barrotes me miran desde una distancia que creen conveniente (y segura) no quieren ver lo que realmente hay frente a sus ojos —un viejo gorila cansado y aburrido— sino al animal fuerte y poderoso que con un solo abrazo podría triturarlos y convertirlos en un informe montón de carne y huesos.
El diccionario —escrito por hombres, claro -- dice que los gorilas somos «fuertes y muy fieros». Y piensan que, además de eso, somos feos, porque el diccionario añade que la palabra gorila «se aplica como nombre calificativo o término de comparación a un hombre muy feo, muy velludo o de miembros desproporcionados».
Y, naturalmente, las personas en edad de recordarlo recuerdan a King Kong, gorila enorme que, en una vieja película, destruía edificios, mataba y hacía otras barbaridades por el estilo (todo pura ficción y truco) Y los niños, que nos ven en la televisión en escenas casi siempre violentas o que en libros de aventuras leen acerca de nuestros terribles hechos, ¿qué piensan? Sin duda, como los mayores.
Pero, a pesar de todo, no me interesa saber qué piensan o dicen o escriben pequeños o mayores, porque yo, personalmente, no soy ni fiero... ni muy feo; ni fuerte ya, por desgracia. Solamente soy, como dije antes, un viejo gorila cansado y aburrido que no espera ya nada de la vida.
No, no soy pesimista; veo las cosas como son y nada más. Hace tiempo, mucho tiempo, que no tengo fuerzas suficientes para cogerme a esos barrotes, subirme lo más alto posible y allí, golpeándome el pecho fuertemente con un puño, soltar un grito que pueda ser oído a gran distancia; soy y me siento viejo, casi no me muevo ni hago ejercicio, lo que quiere decir que me paso las horas muertas sentado aquí y muy aburrido, aburridísimo.
Entre comida y comida siempre me echo una siesta. Y de cuando en cuando, para no destruir la tradición de nuestra fiereza, enseño los dientes a alguien en un gesto feroz que le hace temblar de miedo y le quita el sueño por al menos un par de noches.
Y la verdad es que no sé por qué nos tienen miedo los humanos, ¡nos parecemos tanto... en todo!